Por
Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte
Mayo de 2007 – Madrid, España
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte
Mayo de 2007 – Madrid, España
Orlando Arias descubre la
esencia del ser humano en los robots, producto de la mirada de la ciencia al
interior del desarrollo. Robots con alma humana, sin ojos pero con vista más
allá de la anécdota.
Profundiza en la observación
con detenimiento, viaja hacia la particularidad de lo complejo, del inusual
laberinto que nos atenaza en un órdago distinto.
Somos robots en un mundo
amplio, lleno de espacios sin cumplimentar, aquellos que el silencio de las
palabras acaricia.
Robots que miran al cielo,
que pretenden comunicarse con un alma inventada, pero, sin embargo, existente.
No hay nada sin iluminación,
todo lo que existe, incluso las máquinas, posee algún tipo de alma, aunque esté
muy escondida, reflejándose en su propia anécdota, en su determinante mundo de
aspiraciones basado en el paradigma de los deseos no cumplidos.
Somos seres errantes, que
ascendemos y descendemos, que subimos y bajamos hacia cotas insondables,
aquellas que nuestro corazón pretende acariciar, en las esquinas, buscando el
calor circunstancial, a veces renunciando al amor total, pero vislumbrando
algunos fragmentos de una sinfonía que puede componerse.
El mundo de robots del creador
boliviano se basa en la dinámica de la propia evidencia, aquella que sabe donde
está la salida y la entrada del laberinto, pero que gusta de aventurarse a la
larga marcha, buscando la revolución cultural inevitable, pero, a la vez,
siendo una idea la que determina el alcance final de la acción. Una idea
humanizada en un mundo complejo, alejado de sí mismo, al margen de
controversias, de instantes fugaces, aquellos que se pierden en la premura de
la propia esencialización de las cosas que son fundamentales.
El creador latinoamericano,
residente en la actualidad en Madrid, realiza una obra surreal, alegórica, con
temática simbólica, densa, elaborada matéricamente, con colores intensos y
sensuales, con predominio de contrastes, entre rojos, amarillos, azules,
verdes, negros, marrones y violetas.
Su paleta es variada,
luminosa, con determinación americana, dado que sus cromatismos están
encendidos, parecen llamas que se propagan en la llanura del pensamiento,
en el bosque intenso de las palabras, dado que son producto de conceptos muy
evidentes, producto de la propia coherencia en el pensamiento del devenir.
Hay futuro, pero también un
sentimiento intenso de soledad, de estar aislados en un planeta enfermo, falto
de moral, sin valores, reflejando la angustia en los robots que son personas,
pero, también máquinas, porque la fiebre del consumismo nos ha convertido en
almas en pena, sin ideales, en un mundo siempre enloquecido por la fiebre de
poder. En un planeta de choque de intereses, nosotros, seres que estamos
iluminados pero no lo sabemos, aspiramos a la iluminación pero nos venden
marcas y productos para prolongar la mirada de la ciencia en el devenir de la
forma. Nos preparan para vivir más en un contexto banal, en el que lo que
importa es el exterior luminoso y no el interior iluminado.
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