domingo, 4 de noviembre de 2012

El color del silencio


Del realismo a la abstracción

 
 
EL PINTOR boliviano Orlando Arias, residente desde hace nueve años en Medellín, intenta plasmar en sus obras las angustias contemporáneas, la esclavización del hombre por la máquina, y la poesía de las formas y el color. Presentamos un perfil del artista y una muestra de su estilo
 
 

Por Reinaldo Spitaletta

 
Publicado en el Periódico "EL COLOMBIANO"
Domingo, Noviembre 30 de 1997
Medellín, Colombia



Quizá el drama de este pintor radica en la oscilación entre el figurativismo y la abstracción. O puede, más bien, que sea ésa su virtud. El caso es que al observar alguna de sus obras, se adivina en ella poesía. Y dolor. Y un grito. Una suerte de protesta contra la mecanización del hombre. Una reivindicación de la sensibilidad.
 
"La pintura ayuda a sensibilizar, a tener contactos con lo inexplicable", declara el boliviano Orlando Arias Morales, un tipo que salta de la acuarela al acrílico, pasando por el óleo, y siente que, en ocasiones, alguien indeterminado guía su pincel.
 
 
 
               Observar ciertas obras suyas es una experiencia que extraña riesgos: el de estar frente a preguntas en torno a la robotizacion humana; el de ser atraído con fuerza metafísica por explosiones de color; el de nadar en una nebulosa, extraviado. Cosas del arte.
 
               "No me dejo arrastrar por la rutina. Trato de no mecanizarme. Paso de un estilo a otro, pero siendo yo mismo. El hombre contemporáneo está robotizado. Nos quieren volver máquinas, todo parece producido en serie. El pintor tiene que plasmar esa tragedia", dice, en medio de sus cuadros, que ascienden hasta el techo de su casa, en San Javier.
 

 
 
 
               Nació un diciembre de hace 43 años, en Potosí; se crió en Cochabamba, donde sus padres pensaron que podría ser inventor. Era bueno para matemáticas y física, pero también para pintar. No terminó ingeniería civil, ni economía, porque los lienzos ganaron la batalla. El arte lo sedujo, y a él se dedicó, sin remedio.
 
               Y no resistió la academia de pintura, porque él iba más rápido. Por eso es autodidacto. "La vida es una escuela", afirma, mientras recuerda que, primero, quiso ir a Argentina, pero lo atrajo más el norte. Ecuador, Colombia como estaciones hacia México, donde no ha llegado aún. "Y tal vez, ya no vaya, porque quiero ir a Europa y Estados Unidos con mi obra".
 
 
               Medellín lo sedujo, porque, de entrada, le dijeron que aquí gustaba mucho la acuarela. Y porque aquí conoció a Myriam Paniagua, su mujer. Desde 1988, pinta en esta ciudad de contrastes y sorpresas. Y alcanza a vivir de sus cuadros. "En lo posible -dice- hay que vivir sólo para la pintura".
 
 
               Para él, admirador de Bacon y Van Gogh, el arte, que es dolor y pasión, también es comunicación, el resultado de muchas cosas. Vivencia. "Es una lucha interior. A veces siente uno que debe ir de tal forma, de tal color, y uno se deja llevar de ese impulso, pero sin mecanizarse".
 

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